jueves, 5 de mayo de 2016

LEYENDAS

Las Voladoras


Las leyendas más populares de Mira tratan sobre Las Voladoras, las mismas que han sido transmitidas en forma oral a través de varias generaciones.
Estas leyendas se refieren a las hechiceras, magas, brujas o voladoras que habitaban en nuestra ciudad, así como también en Urcuqui y Pimampiro formando un triángulo perfecto entre estas 3 poblaciones, las mismas que se caracterizaban por llevar y traer noticias desde cualquier lugar del mundo de manera inmediata, así como por utilizar sus hechizos para ocultar los romances que mantenían con sus amantes ante sus maridos.
Otra característica de las voladoras era que se vestían de blanco, lo que a su vez nos hace deducir que eran hechiceras de magia blanca, además siempre se las ha representado como mujeres bellas, de cabelleras largas y que planeaban en el aire y no como la tradicional “bruja” de magia negra que volaba en escoba, tenía aspecto diabólico, llevaba sombrero puntiagudo, vestimenta y gato negros y acarreaba muchas desgracias y maleficios.
Las voladoras son seres mitológicos que, sin dejar de crear cierto miedo y curiosidad entre quienes escuchan las leyendas, eran consideradas más como el correo del pueblo que como brujas, ya que se dice que en aquellos tiempos en que no había comunicación inmediata como ahora, las noticias se conocían antes que los autores de las mismas tengan tiempo de regresar de sus viajes para contarlo y aquello se les atribuía a las voladoras.
Otro hechizo de las voladoras, según las leyendas, era convertir a los hombres en gallos o mano de plátanos cuando había necesidad de ocultarlos, pero nunca para hacerles daño.
Se cuenta que para emprender su vuelo tenían que vestir almidonadas enaguas blancas, ponerse unturas de ciertas pomadas maravillosas en las axilas y pronunciar aquella famosa frase “De villa en villa, sin Dios ni Santa María”  y salían volando.
Existen otras caracterizaciones de la Voladora de Mira, pero en ellas se las hace aparecer como brujas de magia negra, que hacen daño y que están contactadas con el diablo, pero en lo que se refiere, estrictamente, a las leyendas narradas en Mira, esa concepción no aparece sino que es producto de leyendas de otros lugares como Urcuqui, Pimampiro, Caranqui y de otros países que quieren relacionarla con las Voladoras de Mira, incluso algunos escritores manifiestan que este lugar era el escogido para realizar los aquelarres (conciliábulos de brujas), pero de aquello nunca se ha contado en las leyendas mireñas.
Según las leyendas de las Voladoras, existen varias formas de hacer que éstas caigan a la tierra como: ponerse en el suelo abriendo los brazos en cruz, poner el sombrero boca arriba, o colocar las tijeras en cruz. Además para reconocer a las Voladoras se les debe pedir que al otro día vayan a casa del que le hizo caer a buscar o pedir sal y así se sabe de quien se trata, este es un rito que las voladoras deben cumplir.
Existen varias leyendas sobre las Voladoras contadas a través del tiempo, dejando siempre al oyente con la intriga ¿existirían de verdad?, ¿será cierto lo que nos cuentan o simplemente serán producto de la gran imaginación de nuestra gente?, eso queda a criterio de nuestros queridos lectores.

La Danza de los Duendes


Los duendes son unos hombrecitos que se paran en una piedra y bailan sombrero en mano haciendo un ruido insoportable; todo caminante que escuche danzar a los duendes deben encomendar su alma a dios y pasar rapidísimo antes de que lo en duende…
Las versiones acerca de estos personajes son muchas, dicen que estos seres viven en las quebradas, particularmente en aquellas cuyas aguas se precipitan en tono de cascada, esos lugares son favoritos de los duendes que visten estrafalariamente y usan sombreros enormes y calzan en ocasiones alpargatas y en otra zapatos como los de payasos de circo; su indumentaria está de acuerdo con los días de la semana, pero generalmente usan colores vivos, las horas preferidas para sus reuniones son el medio día y las seis de la tarde.
Hacia el sur oriental de la provincia del Carchi, existe un lugar conocido como Duendes el que ha sido temido desde hace mucho tiempo, por allí pasa la carretera orlen tal que fue cincelada por el indómito coraje Carchense, abriéndose paso por entre verdaderos farallones para lograr una ruta que comunique a los pueblos con el resto del país.
Su nombre se debe a una tradición se ha ido perdiendo, dicen que cuando se aproximaba la noche buena, entre las quebradas de Chulumhuasi y Chillaguagua, hoy conocida como Duendes, solía darse un insólito espectáculo: a las dos en punto salían de no sé dónde un montón de hombrecitos, el más pequeño de todos tocaba un tambor que producía un ruido muy fuerte, a cuyo sonido danzaban los duendes, efectuando raros pasos y movimientos, se jalaban de los ponchos y cabellos, se arrojaban los sombreros, mientras consumían un líquido contenido en unas botellas muy grandes que sus mismos cuerpos, más tarde se aproximaban a la chorrera de agua y trepaban afanosamente por una simple cuerda, luego se deslizaban vertiginosamente sobre el agua cayendo aparatosamente al pié de la cascada, con lo cual la bulla crecía cada vez más, de pronto los hombrecillos desaparecían, para surgir de nuevo a las seis de la tarde y repetir los mismos actos.

El Toro del Rosal


Cuentan que por los años de 1940, en la ciudad de Tulcán, a pretexto de una ola de frió y de cierta holgura económica por la baja del peso colombiano, habían aumentado escandalosamente en número de bares, cantinas, discotecas y otros lugares más destinados a la diversión mal sana, por lo mismo se estaba fomentando el vicio de la corrupción de nuestra sociedad.
De la hacienda el Rosal se había extraviado uno de los mejores toros, de color barroso, de sólida grande y filuda cornamenta, por lo que su propietario ofrecía una magnífica recompensa.
Mientras tanto, se dice que en la ciudad de Tulcán apareció un toro de las mismas características del animal perdido que corría las calles de la ciudad, luego de las doce de la noche, completamente enfurecido, bufando y votando espuma por el hocico, y por lo tanto envestía a cuantos encontraba a su paso que regularmente, después de las reuniones de diversión y haber injerido abundante aguardiente se iniciaban los escándalos que terminaban en destrucción del local y a continuación salían a las calles y proseguían con peleas y como resultado: muertos y heridos.
En estas circunstancias y cuando las riñas tomaban cuerpo, aparecía el toro del rosal que, con su furia salvaje, arremetía a los viciosos trasnochadores, debiendo ser internados en el hospital para ser curadas sus graves heridas.
El toro del Rosal continuó rondando la ciudad por mucho tiempo, habiendo logrado la tranquilidad y la paz ciudadana.

El Guagua Negro

El guagua negro se asoma cada noche de luna en el paso del Nudo de Boliche y lo hace a toda persona que tiene mal corazón.
Hay varias versiones acerca de esta leyenda. Su paso es obligado para todo viajero que quiere llegar a Tulcán. La jornada se inicia en el antiguo pueblo de Orejuela, hoy llamado Julio Andrade y tomando la cuesta de ” Culebras “, llegaban a la posada que llamaban ” Piedra Plancha ” o del ” Pumamaque”.
Los caminantes apresuraban su paso para ascender o descender, pues temían a la noche y con ella los asaltos, el frío excesivo y sobre todo el ” guagua negro “, el cual aparecía intempestivamente sobre cualquier roca, con un poncho pequeñito, unos calzones sumamente grandes, alpargatas y en su diestra un “perrero ” o fuete de arriero, con el cual espantaba a los viajeros, pero no a todos, sino a quienes demostraban mala conducta o mal corazón. Sin embargo, el susto era mayúsculo y todos invocaban a la Virgen de las Lajas al llegar a tan singular paraje.
Juan Domingo Tatamués, mozo fornido y revolucionario de cepa, había nacido en algún lugar cercano a Tulcán y tuvo la suerte de acompañar a su padre en una noche de fuerte invierno hasta Ipiales, lugar desde donde debía acompañar a Don Juan Montalvo en un viaje a Tulcán. En ese corto recorrido escuchó con fervor las instrucciones y lecciones del insigne batallador ambateño. Desde aquel día cambio la cinta del sombrero trabajada por su madre por una roja de gran proporción, símbolo indiscutible de su convicción política.
En uno de los tantos viajes que solía realizar al interior del país debido a su condición de arriero, conoció en Paja Blanca a María Líes, hija décima de Francisco Líes, el cual, por amor a la religión, había tenido tres mujeres las cuales le dieron doce hijos. Se rasgaron muchas vestiduras. Parecía que de un momento a otro el cielo vomitaría fuego. En fin, los dos amantes en una noche de luna por medio chaquiñán cubierto de cerotes mortiños y arrayanes huyeron despavoridos ante la porfiada ignominia del mundo.
Cuentan que en la casa posada esa noche descansaron. Allí engendraron un niño a la sombra de pumamaque y el arrullo de los montes. Noches más tarde, un guagua negro, con sombrero de lana adornado con cinta roja, poncho pequeñito, calzones anchos, alpargatas ceñidas con lanas azules de gran tamaño y en su diestra un fuete de arriero castigaba a quienes aparentaban un gran corazón pero que sus acciones eran negras, negras como las sombras que cubren las cimas del Boliche.

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